Pero un verano podía cambiar tantas cosas...O no? Antes un verano daba inmensas oportunidades para cambios radicales, crisis, rupturas, affaires...ahora como mucho, se me aclara un poco el pelo o me sale una peca más ...
Ese verano la petite veraneó en Córcega. La madre de Sophie, alpinista profesional en las escalinatas aristocráticas europeas, no terminaba de aprobar de mi IncrediBoy, y de la experiencia universitaria norteamericaa que servia solo para distraer a una chica de su destino natural (edición limitada la señora). No sé los detalles pero Sophie terminó el verano a bordo de un yate de un conde, un tal Stefane, comprometida para casarse en octubre. El conde tenía 36 años y nos parecía un anciano. Sophie nunca llegó a Harvard.

Hubo algo que siempre me dio pena de la historia de la petite. Años más tarde cuando gané la beca para irme a estudiar allá, hubo en encuentro en una comida yuppie al oeste de Central Park. Por fin la conocí. Ella estaba de visita sin el marido ni los dos hijos. Tenía sólo 23 años pero era una señora. Tenía cada rulo rubio perfectamente colocado estrategicamente entre una vincha Chanel y los aritos Bulgari. (Yo tenía una mini de rayas negras y blancas y unas medias negras que llegaban arriba de la rodilla. Creo que se usaban). Nos presentó él, mi amado.
Mientras yo hacía un esfuerzo por seguir un cuento de Cristopher Cline en una punta de la terraza, intentaba mirarlos como al pasar. Hablaban mucho. A veces parecían mirarse a los ojos sin hablar. Yo me preguntaba si yo tendría alguna vez algo que ver en esta historia. Ella tenía una sonrisa triste. El parecía consolarla. Cuando los volví a mirar, él no estaba más. ¿Se habría ido sin saludar? Eran tán pocas las oportunidades que tenía de verlo... De repente alguien me toca de atrás. Me mostró dos entradas para escuchar a una cantante nueva en el East Village. Huimos juntos. Sophie quedó con unos europeos altísimos en la terraza. Yo me fui con IncrediBoy. Era septiembre de 1988.
