viernes, 26 de septiembre de 2008

gloria a Dios en las alturas


Tenía tanto miedo. Me probaban el aparatito de GPS. Bip. Bip. Bip. Estaba definitivamente loca. Nos mirabamos mientras el suizo intentaba explicar el procedimiento en caso de avalancha. Si la nieve comenzaba a moverse, bip, bip, bip, no debíamos intentar ganarle a la avalancha. Debíamos esquiar en diagonal, luego mover los brazos como nadando entre la nieve y si una compañera terminaba tapada por nieve debíamos apretar el botón rojo.
Bip. Bip. Bip.
Eramos cuatro mujeres de cuarenta (y pico). Eramos cuatro madres de numerosas criaturas. Eramos cuatro esquiadoras intrépidas subiéndonos a un helicóptero azul para subir 4000 metros y luego intentar bajarlos.
La noche antes mi amado me daba ánimo. Tratá de dormir. Vas a poder. La primogénita me aplaudía. Diosa, ma! La segunda me retiró la palabra. ¿Qué querés probar con esto? El hincha de River me dió un beso. Cuidate, ma. Sus ojos preocupados. Los dos más chiquitos se metieron en mi cama. ¿Adonde vas mañana ma?
Nos abrochamos los cinturones. Marion almacenaba sus barritas de Hausbrot. Karen y yo rezamos. Soledad largó un grito. En eso juntamos las manos y gritamos todas y nos reímos fuerte. El piloto chileno se dió vuelta sonriente. Se llamaba Andres.

En eso, el viento causado por las palas del rotor del helicóptero desapareció. El ruido se acabó. Y ahi quedamos en la cima de un cerro llamado Ojo de Agua. Todo era silencio. Todo era gloria a Dios en las alturas. Y frente al Aconcagua, nos quedamos mirando el vuelo de una cóndor con su hijo.

No hay palabras para definir algunas experiencias. Quizás lo hice porque me faltaba un poco de vértigo en mi vida suburbana. O será simplemente el indicio más reciente en una silenciosa crisis de la mediana edad. O será que sigo siendo de Acuario. Sólo sé que cuando horas más tarde entramos al comedor victoriosas, había maridos, hijos, amigos y mujeres desconocidas aplaudiendo de pie a las cuatro aventureras más improbables de la alta montaña andina.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Margo 1973


El otro día mi tía abuela Aída nos devolvió fotos que mi madre le había mandado a través de los años. En ésta mi mamá escribe "11 de febrero 1973 - T. cortando su torta en la fiesta de cumpleaños que le hizo Margo (de negro) cuando yo estaba en Buenos Aires."

Vivíamos en el 6to B de un edificio en el lado este de Manhattan. Nuestra vecina del 6to C era muy distinta a mi mamá. Para empezar era una mujer divorciada neoyorquina. Mi mamá había crecido en el barrio de Nuñez, entre la parroquia de la Santísima Trinidad y el Colegio la Misericordia. Margo usaba siempre negro y dorado y tenía el living con motivos de leopardo. Solíamos verla con un vaso de whisky y un cigarrillo en una mano, el teléfono con una cuerda larguísima en la otra y sin corpiño. Mi mamá usaba vestidos de Lilly Pulitzer a cara lavada, y al igual que su mamá, siempre tuvo canas. Margo tenía pelo negro perenne, como Palito Ortega, pero batido y peinado según los cambios estilísticos de Liz Taylor en los años 70. Solía ponerse pestañas fabulosas. Mi mamá se había propuesto en esa época descifrar a James Joyce en inglés y se sentaba en el comedor a subrayar en lapiz una versión tapadura del Ulises. Margo tenía una suscripción vitalicia a la revista Cosmopolitan que según recuerdo, traía fotos desplegables de Burt Reynolds muy desabrigado.

Pero mi mamá no era fácil de encasillar, y entre las tantas sorpresas que nos dió, se hizo íntima amiga de Margo. Margo hacía las mejores tortas. Mi mamá le pasaba sus recetas del pollo al curry y del pan de carne. En 1973 se enfermó mi abuela y mamá volvió a Buenos Aires. Cuando llegó mi cumpleaños, Margo me hizo una torta que se convirtió en mi preferida: "angelfood cake" con frutillas y crema. Era un bizcochuelo que se derretía cuando tocaba mi lengua. Nunca más lo comí.

Años más tarde me enteré que Margo murió sola en un condominio en Miami. Mi mamá mandó una carta a la familia. Se me hace que donde está Margo, hay angelfood cake.

lunes, 1 de septiembre de 2008

anónimo, volvé

Hace tiempo que no posteo y quería agradecer la generosidad de los lectores que siguen pasando por acá. Es tán escasa mi energía literaria, y me está resultando tán odioso sentarme a "producir", que sólo escribo cuando las consecuencias de mi no-escritura son aún más desagradables que el sentarme frente a la pantalla en blanco. Por ejemplo, cuando mis compañeros dramaturgos me pusieron finalmente el ultimatum de Bourne, me senté y escribí. No escribí ni bien ni lindo, pero escribí un principio y un final, cosa novedosa para mí. (Yo suelo escribir primeros actos. Muchos, algunos buenos. Pero no sé escribir finales. Este es de los primeros.) Y así fue que entregué lo que se supone es la "versión final" de un proyecto. (Había que titularlo "versión final" porque se venció el plazo, pero le hubieran faltado algunas horneadas.) Y ahora los jueves voy a los ensayos, y escucho las palabras que escribí en un sótano negro, y quiero cambiar hasta el título, pero ya fue. A otra cosa... Llegó el momento de escribir lo que vengo postergando hace demasiado tiempo. Eso propio que todos tenemos en el tintero y que hay que sacar afuera de una vez. La vida es cada vez más corta. Cualquier consejo bienvenido.

Hace poco leí que a Alice Munro no le sobra energía literaria. (Menos mal... 15 libros publicados y candidata al Nobel.) Y que eligió escribir cuentos por el largo de las siestas de sus hijos. Yo amo leer a Alice Munro. Escribe tán fiel a su palabra. Qué lujo sería crear algo auténtico en los ratos que duermen mis hijos.


Postdata: ¿Quien fue el anónimo que me avisó que salió una línea sobre este blog en Pagina 12 ? (Que un diario serio haya rescatado algo para decir de este escualido blog me delira ... perdón, lo de ""escuálido blog" es un chiste que tenemos con la Poppins). El anónimo fue hace unos diez días y no le presté mucha atención, pero ahora tengo intriga. Pensé que se podría googlear pero no. Anónimo: Sos mi única fuente. Volvé y contáme. Te lo pido.