Hace muchos años, cada 25 de mayo, mi mamá nos preparaba polleras largas y nos hacía bailar una zamba en la Embajada Argentina y despues servir el locro. A veces, a pedido de ella, terminabamos con una porra alevosamente americana a la que cambiabamos la letra para gritar al final "la escuela argentina no se puede batir"... Sí, extraño pero verdad.
Ahora los 25 de mayo van a tener siempre ese olor a vela de iglesia y traer recuerdos de la fiesta bicentenaria en la que partió.
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